Si seguimos a Mirce Eliade, desde que el ser humano se percibió a sí mismo como un ser consciente lo que le hizo presente fueron las diferencias, a través de la naturaleza, las necesidades y la sociedad.
En el mundo arcaico el ser humano se encontraba regido, condicionado, expuesto ante la mirada del otro, su decisión no dependía de él, si no de su condición frente al/a los otro(s) que lo rodeaban, siendo así su decisión no dependía de él, si no de su condición frete al/ a los otro(s) que lo rodeaba(n). En esta vertiente el ser humano arcaico eliminaba al diferente, porque lo comprendía como una amenaza para su propia supervivencia.
Atendiendo a lo anterior; El Héroe, el ideal de vida del hombre griego, vivía toda su vida para los valores colectivos, en esta vertiente, tanto el hombre platónico, como el hombre aristotélico erán seres para el otro, y en este sentido seres políticos. En este sentido, el héroe sacrifica su vida para cumplir con los valores colectivos. De esta manera el tiempo se encuentra regido por el exterior. Siendo así el héroe no tiene decisión sobre sus acciones, sino que la comunidad decide por él.
Sil el pensarse en relación con el otro nos da identidad, en la sociedad arcaica en esta vertiente, lo único válido era lo que se espera de uno. Frente a ello el cristianismo introdujo una nueva dimensión desde la experiencia de un yo interno: “La intimidad”.
Mientras para el mundo heleno/(El griego), los dioses eran manifestaciones de del acontecer, propio de la “fisis”, a la que podríamos comprender como la energía detrás de todas las cosas. Para al cristianismo dios no es de este mundo, sino que se encuentra fuera del mundo, en esta vertiente es una alteridad absoluta, lo absolutamente otro, que se hace manifiesto desde la interioridad de cada uno, como la mirada por excelencia. En esta vertiente cristiana, dios se encuentra más allá de la propia conciencia, de la fisis y de la naturaleza, conformando lo completamente espiritual, por ello este mundo no es lo más importante, lo que realmente importa es el camino del interior. En cambio en la tribu uno se disuelve en la comunidad, de forma que sus miembros pertenecen a la comunidad y la comunidad junto con sus miembros a la tierra, en otras palabras a la naturaleza; el clan se fundaba sobre el culto a los ancestros.
El dios cristiano es la mirada del otro por excelencia, frente a él la condición humana ya no tiene que procurar la lucha encarnizada por destacar y diferenciarse respecto a los demás, porque bajo la mirada de dios, todos somos humanos, y en este sentido, todos somos sus creaturas, porque su mirada omnipresente y trascendente nos iguala, nos hermana. Dios sólo pide la desnudez del alma. Así la vida solitaria de santo al no tener que responder a la sociedad sino a dios, no busca destacar frente a los otros; así en el amor del ágape, como amor incondicionado, la acción se dirige hacia el bien de todos, pero sin esperar nada a cambio.
En cambio en el mundo antiguo, la vida solitaria, como bien señalaría Aristóteles, es la vida de la bestia o de Dios; porque ser persona es ser reconocido por el otro.
Cristo así es un antihéroe porque muere por los otros, rescatando los valores individuales; mientras que la sociedad arcaica aniquila al individuo sustituyéndolo por relaciones constrictivas, a pesar de que el individuo está ahí diferenciándose de la comunidad.
En el cristianismo se reconoce algo en cada persona, en su singularidad: una chispa divina, en tanto seres a imagen y semejanza de dios, en cuyo interior se manifiesta el creador, algo separado de toda historia, de toda temporalidad y colocado fuera del espacio tiempo, en tanto que dios es atemporal, prehistórico. Algo que permite al individuo liberarse de la opresión de la mirada del otro para ser un yo.
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